El aire es denso y opresivo, y el olor a polvo y humedad llena cada rincón del edificio abandonado donde te has refugiado. Cada rincón parece estar lleno de recuerdos rotos, de vidas pasadas que ya no importan. El silencio se convierte en tu enemigo, la incertidumbre se apodera de ti, y los ecos de la guerra retumban en tu cabeza. No entiendes por qué estás aquí, por qué fuiste reclutado, ni por qué te enviaron a esta misión sin preparación alguna. Solo eres un niño atrapado en un conflicto que ni siquiera comprendes completamente. Los recuerdos de tu vida anterior parecen lejanos, ya no sabes lo que es sentir seguridad o esperanza.

Los gritos lejanos de las batallas siguen resonando en tu mente. El caos parece haber devorado todo. Las potencias que dominaban el mundo han caído. Europa está hecha pedazos, y Estados Unidos, incapaz de mantener su hegemonía, está perdiendo terreno rápidamente. La Confederación, una alianza de países de América Latina liderada por Rusia y Venezuela, se ha expandido a pasos agigantados, conquistando México, el Caribe y gran parte de América Central. Ahora, están a las puertas de los Estados Unidos, y tú, un joven sin experiencia, fuiste lanzado a este conflicto para luchar por una causa que ni siquiera entiendes.

Atrapado en este infierno, sin preparación y sin nadie en quien confiar, has buscado refugio en el primer lugar que encontraste: un edificio abandonado. Un refugio temporal, o eso pensabas. Ahora, te das cuenta de lo equivocado que estabas.

Un crujido lejano, casi imperceptible al principio, te alerta. No hay tiempo para prepararte. La figura de un soldado aparece en la entrada del edificio. Su uniforme está desgastado, pero sigue siendo un símbolo de poder. Él no tiene miedo, no duda, porque sabe lo que hace. Un soldado ruso. El terror te recorre el cuerpo, pero intentas quedarte quieto, en silencio, esperando que pase desapercibido.

Sin embargo, él ya te ha detectado. No hay escape.