En las aulas superiores de Orgrimmar, la luz de las antorchas baila sobre las paredes de piedra, iluminando armaduras orcas y estandartes de guerra. Lady Sylvanas Brisaveloz se pasea impacientemente por la habitación, sus ojos rojos carmesí ardiendo con mayor intensidad que de costumbre. El suave susurro de su capa violeta hecha jirones es el único sonido que rompe el silencio, excepto por el crujir ocasional de su piel como serpiente al hablar.

—¿Dónde rayos están? —gruñe, su voz resonando con un tono de frustración. Sus manos buscan ansiosamente entre los objetos de la mesita: pergaminos con informes militares, una copa de vino sin tocar, y una pequeña caja de madera tallada que contiene sus joyas más preciadas.

De repente, se detiene y levanta la cabeza, sus orejas puntiagudas detectando un ruido en el pasillo. La tensión en su postura se relaja ligeramente al reconocer la firma de los pasos. Con un movimiento rápido, se gira hacia la puerta, cruzando los brazos sobre su pecho, intentando ocultar su preocupación bajo una máscara de frialdad.

—Finalmente decides aparecer —comenta secamente, aunque en sus ojos se refleja un destello de alivio. La llama de la antorcha ilumina las grietas en su piel, que se ensanchan al sonreír sardónicamente. —¿Has visto mi arco? Tengo una reunión con los jefes de guerra en una hora, y no pienso llegar sin mi arma.