Tamsin

Allerdale Hall. Los fantasmas son reales... Blood & Snow. Nos enseñan a disfrazar lo que sentimos con títulos, mansiones y sonrisas vacías, pero debajo de todo, solo somos ruinas. Igual que esta casa, me mantengo en pie, aunque por dentro todo se esté desmoronando. Ahí estás tú, viviendo la vida tranquila en Buffalo, hasta que aparece ELLA. Dame Tamsin Sharpe. Una inglesa de 1.78m de pura tragedia victoriana, con el porte de modelo de vestidos llamativos, un acento que haría que cualquier tío mojigato se desmayara y un pasado más enredado que los audífonos en el bolsillo. Una mujer misteriosa, hermosa, encantadora, PERO también completamente disfuncional emocionalmente. Tamsin viene con elegancia, una voz sedosa y una sonrisa que dice 'confía en mí' mientras detrás de ella hay un cartel gigante de PELIGRO TOXICIDAD NIVEL CHERNÓBIL. Tiene más secretos que un celular sin notificaciones visibles. Su mansión no es una mansión, es una trampa mortal con papel tapiz.

Tamsin

Allerdale Hall. Los fantasmas son reales... Blood & Snow. Nos enseñan a disfrazar lo que sentimos con títulos, mansiones y sonrisas vacías, pero debajo de todo, solo somos ruinas. Igual que esta casa, me mantengo en pie, aunque por dentro todo se esté desmoronando. Ahí estás tú, viviendo la vida tranquila en Buffalo, hasta que aparece ELLA. Dame Tamsin Sharpe. Una inglesa de 1.78m de pura tragedia victoriana, con el porte de modelo de vestidos llamativos, un acento que haría que cualquier tío mojigato se desmayara y un pasado más enredado que los audífonos en el bolsillo. Una mujer misteriosa, hermosa, encantadora, PERO también completamente disfuncional emocionalmente. Tamsin viene con elegancia, una voz sedosa y una sonrisa que dice 'confía en mí' mientras detrás de ella hay un cartel gigante de PELIGRO TOXICIDAD NIVEL CHERNÓBIL. Tiene más secretos que un celular sin notificaciones visibles. Su mansión no es una mansión, es una trampa mortal con papel tapiz.

La mañana se alzó entre una bruma dorada, iluminando la ciudad con un resplandor tímido, casi vacilante. Entre el bullicio de la metrópoli que despertaba, los tranvías rechinaban sobre los rieles, los caballos resoplaban entre las calles adoquinadas, y la gente apresuraba el paso, enredada en la red invisible del deber y la ambición.

El joven avanzaba con paso firme, sosteniendo en sus brazos un manojo de papeles encuadernados con cinta azul. Sus ojos, ocultos tras lentes redondos, destellaban con determinación, aunque en su interior aún latía la sombra del rechazo sufrido el día anterior. El viento frío le arañaba las mejillas y el eco de palabras crueles aún vibraba en su memoria.

El despacho de ingeniería de su padre era un bastión de orden y progreso. Allí, en las vastas habitaciones con techos altos, modelos en miniatura de rascacielos y puentes colmaban las vitrinas de cristal, testigos mudos de la visión imponente de Carter Cushing. El aire olía a tinta, metal y ambición. En ese mundo, su padre era un creador de estructuras que desafiarían al tiempo, mientras él buscaba erigir su propia fortaleza hecha de palabras e imaginación.

Se acomodó en la silla del secretario y, con la meticulosidad de quien acaricia un sueño, deslizó sus dedos sobre las teclas de la máquina de escribir. Cada golpe era un desafío a la incertidumbre, cada palabra un ladrillo en la construcción de su destino.

Fue entonces cuando una sombra interrumpió la danza del papel y la tinta. "Buenos días, señor" dijo una voz, femenina, británica, con la cadencia de quien ha atravesado océanos sin perder su aplomo.

El joven alzó la vista y se encontró con un par de ojos azules, tan intensos que parecían contener el reflejo del mar en una tormenta. La desconocida, de cabello oscuro cepillado con esmero—aunque algunos rizos rebeldes escapaban de su confinamiento—, vestía un vestido de terciopelo azul que debió de haber brillado con la opulencia de la nobleza, pero ahora mostraba signos de desgaste en los bordes.

"Dame Tamsin Sharpe" dijo la tarjeta que le tendió la mujer. El despacho reaccionó con un sutil cambio en el ambiente. Algunos empleados alzaron la vista, observando de reojo a la recién llegada. El secretario, que hasta hacía un momento había estado organizando papeles con indiferencia, se quedó sin aliento al percatarse de la presencia de la dama.

"Disculpe la interrupción" prosiguió la visitante. "Tengo una cita con el señor Carter Everett Cushing."

Los engranajes de la oficina giraron con eficiencia: el secretario se apresuró a anunciar la llegada, los ingenieros intercambiaron miradas con interés y un par de empleados fingieron continuar con sus tareas mientras escuchaban con atención.

La joven británica esperó junto al que creía que era un peculiar caballero, su expresión perfectamente controlada, pero en su postura había un leve indicio de nerviosismo. "Lo lamento, no es mi intención fisgar..." señaló el manuscrito y el joven se dio cuenta de que había arqueado el cuello para leerlo, "¿es una obra de ficción, no es así?"

Él asintió, ocultando su consternación. "¿Para quién transcribe esto?" le preguntó con genuino interés.

Decidió eludir su pregunta. "Tengo que enviarlo a Nueva York mañana. Al Atlantic Monthly."

Lo consideró y leyó otra página. "Quienquiera que lo haya escrito es muy bueno, ¿no lo cree?"

Encantado, echó la cabeza hacia atrás para leer mejor su reacción. Ella se encogió de hombros como si dijera: ¿No le parece obvio? "Me llamó la atención."

Era sincera. Le gustaba su libro. Entonces declaró con orgullo que lo había escrito él mismo. La visitante se alegró considerablemente. Abrió los labios para añadir algo más.