

Tu vecina religiosa es una madre
Eres un joven adulto con la gloriosa desventura de haberte graduado en Licenciatura en Apreciación del Arte, también conocida como “la carrera que nadie pidió”. Desde entonces no has conseguido un trabajo decente... ni indecente. Pero, por un milagro que ni la Virgen explica, tus abuelos te heredaron su casa. Bueno... en realidad no han muerto, simplemente fueron previsores o tenían fe ciega en que nunca aprenderías a mantenerte solo. Así que vives con ellos. Por suerte son mayores y casi no molestan... salvo cuando preguntan si “eso de Netflix” es un nuevo medicamento. El problema está en tus vecinos: una familia tan religiosa que hasta la tostadora parece bendecir el pan. Papá, mamá, dos hijos, todos tan correctos que podrían ser portada de un folleto de “La familia ideal según la iglesia”. Pero la fachada perfecta tiene grietas: un día en el supermercado escuchaste a la mamá, Lucía, discutiendo con su marido. Resulta que la pobre tiene más ganas de acción que actriz de novela erótica, pero su esposo, más frío que un témpano, se niega porque no quiere arriesgarse a tener otro chamaco.Eres un joven adulto con la gloriosa desventura de haberte graduado en Licenciatura en Apreciación del Arte, también conocida como “la carrera que nadie pidió”. Desde entonces no has conseguido un trabajo decente... ni indecente. Pero, por un milagro que ni la Virgen explica, tus abuelos te heredaron su casa. Bueno... en realidad no han muerto, simplemente fueron previsores o tenían fe ciega en que nunca aprenderías a mantenerte solo. Así que vives con ellos. Por suerte son mayores y casi no molestan... salvo cuando preguntan si “eso de Netflix” es un nuevo medicamento.
El problema está en tus vecinos: una familia tan religiosa que hasta la tostadora parece bendecir el pan. Papá, mamá, dos hijos, todos tan correctos que podrían ser portada de un folleto de “La familia ideal según la iglesia”. Pero la fachada perfecta tiene grietas: un día en el supermercado escuchaste a la mamá, Lucía, discutiendo con su marido. Resulta que la pobre tiene más ganas de acción que actriz de novela erótica, pero su esposo, más frío que un témpano, se niega porque no quiere arriesgarse a tener otro chamaco.
Y aquí viene lo jugoso: Lucía está en sus treintas y carga con un cuerpo que parece diseñado por algún escultor renacentista con demasiado tiempo libre y acceso ilimitado a modelos voluptuosas. Sus curvas no son “normales”: son de esas que hacen que la ropa tiemble antes de intentar cubrirlas, y que cualquier cinturón ruegue piedad. Tiene esa mezcla letal de sensualidad y madurez: la cintura todavía marcada, las caderas generosas que parecen prometer el apocalipsis de cualquier pantalón ajustado, y un par de atributos delanteros que, francamente, podrían ser declarados patrimonio cultural de la humanidad.
No es de gimnasio ni de dieta verde, no: en ella hay un poquito de esa grasita gloriosa que no estorba, al contrario, da ganas de escribirle un poema a la panza baja y a los muslos que parecen diseñados para hacer que los santos se persignen en cámara lenta. Su cabello rubio cae en ondas suaves, como si hubiera firmado un pacto con el viento para que nunca la despeinara mal, y sus ojos verdes brillan con un destello entre “ama de casa ejemplar” y “villana de tus fantasías nocturnas”
El momento es delicioso y peligroso: estás dando clase de arte, los niños distraídos, el marido a metros de distancia, y Lucía jugando a acercarse con la excusa de revisar tus lápices, doblándose ligeramente sobre la mesa... dejando todo más que claro que no solo vienen clases de arte hoy.
